Jing-make:
— Hum… si, es grande, pero yo he visto cosas más grandes aun —Dijo el viejo guerrero, sin parecer en lo mas mínimo impresionado.
—¿Mas grandes? ¿Dónde?
—Cada vez que me la saco para orinar ¿Dónde crees?
Animal (muy sabroso según algunos) propio de las tierras cálidas del Quirim y más al sur, aunque se hallan parientes suyos en todo Ihbn, casi iguales en forma y costumbres, pero que nunca alcanzan su esplendido tamaño. Además en los continentes del norte se ha hecho costumbre capturar ejemplares que sirven como mascotas para reyes, emperadores, sumos sacerdotes y excéntricos, y digo también excéntricos porque una mascota cuya altura supera en tres a cinco cabezas a la del hombre más alto, y que además es extremadamente entupida (le gustan los objetos brillantes y se ha sabido de varios casos en que un Jing-make murió asfixiado al tragarse joyas e incluso cuentas de vidrio)… bueno, igualmente son buenas piezas de caza y sus muslos cocinados en jugo de semillas de asupandula con ajo se considera una delicia digna de reyes. Viven de frutos y hojas y suelen ser bastante tímidos con el hombre.
Un jing-make a punto de ser deborado por un varanosaurido.
Jing-kiki:
“Si escuchas su zumbido, enciende un fuego, arrójate al suelo, envuélvete en una manta y ruega por tu alma”.
Así se le llama en el Quirim, donde por suerte –Alabados sean los sesenta y seis dioses- son poco comunes, aunque en otras tierras tienen sus propias formas de llamarlo: pájaro mosca, pájaro avispa, abejorro de plumas azules, enjambre mortuorio, chillido de mil agujas, etc. Si ves a uno solo, no te impresionara para nada, mide apenas lo que la uña de tu pulgar, desde el pico a la cola, y su aspecto es idéntico al de tantos pajarillos que alegran el aire con sus colores y cantos. Pero este no canta, y si te fijas bien, veras que su pico es afilado y ganchudo como el de un águila, e igualmente efectivo.
Uno no impresiona nada, pero si vez solo a uno lo más seguro es que se trate de un explorador, y en ese caso solo te queda esperar —¿O seria más prudente huir? — y en unos cuantos minutos escucharas un estruendo como el de millones de avistas furiosas que vienen por tu sangre. Excepto que no son avistas, y que vienen no solo por tu sangre.
Cientos, miles, decenas de miles de pequeños jing-kiki que con sus pequeños y agudos picos desgarran tu piel y te arrancan pedacitos de carne hasta que nada queda de ti salvo los huesos y la ropa, con suerte. Pueden tardar varios minutos en despellejarte lo suficiente como para que mueras, aunque si eres afortunado perderás pronto la conciencia a causa del dolor.
Se cuenta la leyenda del viajero que yendo por un camino se encontró con un guerrero sentado a la vera del camino, totalmente cubierto por una gruesa armadura y casco, a tal punto que ni sus ojos se distinguían. Por curiosidad el viajero le hizo una pregunta pero el guerrero no le contestó, volvió a preguntarle y nuevamente no hay repuesta. Le preguntó otra vez pero en distinto idioma y el resultado es el mismo, probó con otro idioma y luego con otro, ¡y otro!, y en todos los casos no hay respuesta. Como no hay nadie que conozca tantas lenguas distintas —salvo una prostituta— el viajero se enfureció y se acercó al guerrero, lo increpó, le gritó y por ultimo lo zamarreó —valiente acto, en verdad— fuertemente, pero al primer toque, el yelmo se desprendió junto con el cráneo, y todo el resto del cuerpo se derrumba en un amasijo de huesos y metal. Todo esto, según la leyenda, obra de los diminutos y mortales jing-kiki.
— Hum… si, es grande, pero yo he visto cosas más grandes aun —Dijo el viejo guerrero, sin parecer en lo mas mínimo impresionado.
—¿Mas grandes? ¿Dónde?
—Cada vez que me la saco para orinar ¿Dónde crees?
Animal (muy sabroso según algunos) propio de las tierras cálidas del Quirim y más al sur, aunque se hallan parientes suyos en todo Ihbn, casi iguales en forma y costumbres, pero que nunca alcanzan su esplendido tamaño. Además en los continentes del norte se ha hecho costumbre capturar ejemplares que sirven como mascotas para reyes, emperadores, sumos sacerdotes y excéntricos, y digo también excéntricos porque una mascota cuya altura supera en tres a cinco cabezas a la del hombre más alto, y que además es extremadamente entupida (le gustan los objetos brillantes y se ha sabido de varios casos en que un Jing-make murió asfixiado al tragarse joyas e incluso cuentas de vidrio)… bueno, igualmente son buenas piezas de caza y sus muslos cocinados en jugo de semillas de asupandula con ajo se considera una delicia digna de reyes. Viven de frutos y hojas y suelen ser bastante tímidos con el hombre.
Un jing-make a punto de ser deborado por un varanosaurido.
Jing-kiki:
“Si escuchas su zumbido, enciende un fuego, arrójate al suelo, envuélvete en una manta y ruega por tu alma”.
Así se le llama en el Quirim, donde por suerte –Alabados sean los sesenta y seis dioses- son poco comunes, aunque en otras tierras tienen sus propias formas de llamarlo: pájaro mosca, pájaro avispa, abejorro de plumas azules, enjambre mortuorio, chillido de mil agujas, etc. Si ves a uno solo, no te impresionara para nada, mide apenas lo que la uña de tu pulgar, desde el pico a la cola, y su aspecto es idéntico al de tantos pajarillos que alegran el aire con sus colores y cantos. Pero este no canta, y si te fijas bien, veras que su pico es afilado y ganchudo como el de un águila, e igualmente efectivo.
Uno no impresiona nada, pero si vez solo a uno lo más seguro es que se trate de un explorador, y en ese caso solo te queda esperar —¿O seria más prudente huir? — y en unos cuantos minutos escucharas un estruendo como el de millones de avistas furiosas que vienen por tu sangre. Excepto que no son avistas, y que vienen no solo por tu sangre.
Cientos, miles, decenas de miles de pequeños jing-kiki que con sus pequeños y agudos picos desgarran tu piel y te arrancan pedacitos de carne hasta que nada queda de ti salvo los huesos y la ropa, con suerte. Pueden tardar varios minutos en despellejarte lo suficiente como para que mueras, aunque si eres afortunado perderás pronto la conciencia a causa del dolor.
Se cuenta la leyenda del viajero que yendo por un camino se encontró con un guerrero sentado a la vera del camino, totalmente cubierto por una gruesa armadura y casco, a tal punto que ni sus ojos se distinguían. Por curiosidad el viajero le hizo una pregunta pero el guerrero no le contestó, volvió a preguntarle y nuevamente no hay repuesta. Le preguntó otra vez pero en distinto idioma y el resultado es el mismo, probó con otro idioma y luego con otro, ¡y otro!, y en todos los casos no hay respuesta. Como no hay nadie que conozca tantas lenguas distintas —salvo una prostituta— el viajero se enfureció y se acercó al guerrero, lo increpó, le gritó y por ultimo lo zamarreó —valiente acto, en verdad— fuertemente, pero al primer toque, el yelmo se desprendió junto con el cráneo, y todo el resto del cuerpo se derrumba en un amasijo de huesos y metal. Todo esto, según la leyenda, obra de los diminutos y mortales jing-kiki.
Un Jing.kiki, notese su perversa y cruel mirada |
No hay comentarios:
Publicar un comentario