miércoles, 17 de octubre de 2018

Culto al Árbol Rojo

Todas las cosas sangran
No solo hombres y animales
Plantas, rocas
Solo hay que saber dónde cortar





Dibujos aborrecibles hallados alrededor de un Tooash-iimo


Escondidos en los barrios bajos de las grandes ciudades o fingiendo ser simples campesinos en el campo, reclutando adeptos entre los pobres y los esclavos, a quienes prometen que obtendrán venganza de sus opresores, o entre los ricos en sus palacios de mármol, asegurándoles que sus riquezas y privilegios continuaran después de la muerte, los sectarios del Árbol Rojo pacientemente ejercen su labor de infestar y corroer las solidas raíces de los reinos y su fe en los Dioses.

Los orígenes de esta secta son tan brumosos como antiguos, pero viejos pergaminos hallados en la ciudad de Athos señalan a un miembro de la cofradía de Los Soñadores como el iniciador de todo.  Su nombre era Vanarius-el-que-camina-en-los-sueños, y en una época antigua y olvidada, mientras se hallaba bajo los efectos del hongo “pulgar de muerto”, sumergido en delirios e ilusiones, habría contactado con el plano de los sueños donde se mueven las mentes de los Titanes.

Allí, en un mundo indescriptible en palabras humanas, conoció la verdadera naturaleza de los Titanes y del letargo en que estaban sumergidos. Según sus escritos, los Titanes agonizaban mientras sus mentes dormían debido a una maldición, su energía vital se desvanecía lentamente con el paso de las eras y finalmente la muerte llegaba a ellos. Algunos ya habían fallecido y sus cadáveres pudriéndose creaban desiertos donde nada crecía. Sin embargo había un modo de salvarlos, de mantenerlos con vida e incluso de despertarlos.

Y ese modo era un sacrificio de sangre, un sacrificio voluntario para entregar la energía vital de la victima a los Titanes y así alimentarlos. Al menos eso es lo que narra el libro sagrado de los cultistas, el Naam Chootlhicutolh, texto escrito por Vanarius y cuyo título –supuestamente en el idioma de los Titanes- significaría “sobre el tiempo de las ofrendas”

Pero los sabios que han estudiado esta secta señalan que todo esto es mentira y que sus miembros viven en el engaño, ya que en realidad adoran a una entidad totalmente ajena a los Titanes, perversa, maligna y que se complace en el sufrimiento y el derramamiento de sangre. Este ser no tiene nombre, o al menos nadie lo conoce, viene de épocas antiguas aunque es más joven que los Titanes y vaga por planos totalmente ajenos al mundo físico.

También es falso que sus sacrificios de sangre sean voluntarios, producto del amor religioso. En ocasiones los sectarios se sangran a sí mismos como ofrenda haciéndose pequeños cortes en la palma de la mano, pero el verdadero sacrifico requiere la muerte de una víctima, que ha menudo se halla drogada bajo la influencia del hongo “pulgares de muerto” o de los vapores del cáñamo azul. La víctima es atada a un Tooash-iimo (“árbol de los sacrificios”), donde es desangrada lentamente, en ocasiones por más de medio día, dejando que la sangre sea embebida por la tierra y succionada por las raíces del árbol. Los Tooash-iimo que han sido usados en muchos sacrificios pierden todas sus hojas y su tronco, raíces y ramas se vuelven hinchados y monstruosos.

Suelen realizar sus sacrificios en lugares aislados y de difícil acceso, pantanos, valles escondidos o bosques espesos. Generalmente cuentan con un solo Tooash-iimo rodeado por un círculo concéntrico de piedras, a veces talladas con rostros grotescos, mientras otras están pintadas en rojo con símbolos aborrecibles. Sus sacrificios solo ocurren de noche y durante la luna llena, a la que ellos llaman Luna sangrienta.

Pese a la perversidad intrínseca de este culto, ha logrado perdurar durante siglos y ha reclutado entre sus filas a gente importante, sabios, aristócratas, cofradías enteras de magos han caído seducidos por su oscura doctrina. No es fácil identificar a estos sectarios, ya que se comunican entre ellos mediante señas y palabras en clave que han permanecido fieramente en secreto. Pero hay señales sospechosas, como raros cortes en manos y muñecas —producto de pequeños sacrificios de sangre— desinterés en las actividades de las religiones establecidas, etc. una marca indesmentible de la pertenencia al Árbol Rojo es el hallazgo de piedras jaspeadas de color rojo (“piedras de sangre”), a menudo enterradas en las cuatro esquinas del hogar del sectario.



Un árbol de los sacrificios profanado, fue cortado luego de que el grupo de sectarios que lo adoraba fuera descubierto y masacrado


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