viernes, 19 de mayo de 2017

Ghàam, hombres perro, hombres bestia u hombres hocicudos, entre muchos otros nombres:





-¡Solo son garras y dientes!-dijo  el joven guerrero impetuoso.

-Si, solo eso son, y eso les basta-respondió el anciano sabio.

Solo dientes y garras y nada más. Infestando todos los cordones montañosos de las tierras del norte y del sur, del este y el oeste y todo punto cardinal no nombrado o aún no descubierto, viven en cuevas o túneles de las montañas, en todo escondrijo que puedan hallar, antes del nivel de las nieves eternas. Se discute mucho sobre si ellos mismos cavan sus refugios o si solo aprovechan lo que la naturaleza ha creado, pero lo cierto es que son el principal peligro que enfrenta el viajero que quiera atravesar las montañas o el cazador que persiga a su presa demasiado lejos y demasiado alto.

Muchos mitos se tejen sobre ellos y pocos son los datos concretos, ya que hay que ser muy loco para buscarlos o muy desdichado para toparse con ellos, y terriblemente afortunado para escapar con vida. Pero de la verdad sabemos lo siguiente: son seres humanoides, de tamaño y aspecto similar al hombre, pero desnudos y calvos, con pies (o patas) más largos y manos huesudas de dedos largos con espantosas y gruesas uñas como garras de animal. Su piel es amarilla, o café o blancuzca y con manchas, de aspecto pringoso y sin pelo, con una pequeña cola al final de su espalda y orejas pequeñas y pegadas al cráneo. Pero es su rostro lo menos humano que tienen y lo que más refleja su naturaleza bestial.

Sus ojos son rojos y brillan en la oscuridad, y no tiene boca sino un hocico a medio camino entre el del perro y el cerdo, con dientes filosos y amarillentos, y siempre babean. Se dice que su nariz es igual a la de un perro y que su olfato también es de perro, aunque su vista parece ser muy pobre, y prefieren las sombras a la luz.

Su comportamiento es tan bestial como su aspecto, son feroces carnívoros que atacan en manada, y se dice que si el alimento escasea se atacan entre ellos y devoran a sus crías, otros dicen que lo hacen aunque el alimento no escasee.

Sea como sea, no son más que simples bestias incapaces de utilizar herramientas ni de un lenguaje articulado como no sean gruñidos, murmullos o ladridos. El caso es que se han multiplicado de tal modo en ciertas áreas montañosas, que han exterminado a todo animal de cuatro o dos patas de muchas laderas. De allí que algunos reinos organicen expediciones de caza para librar de tales peligros a importantes pasos montañosos, y también suelen vagabundear por los pueblos y villorrios los khaz-ghàam, montañeses que viven de cazar a estas bestias, los cuales se reconocen por sus collares hechos de garras de Ghàamm, y a menudo también por sus cicatrices y dedos faltantes. En todo caso, todo el mundo coincide en que caminar por las laderas montañosas no es peligroso mientras sea pleno día. Distinto es si durante la penumbra, cuando las sombras se alargan y de finalmente llegan  las horas de oscuridad con el eclipse. Allí es cuando los murmullos comienzan, se escuchan ladridos y los reflejos rojizos comienzan a danzar a tu alrededor.

Ya no pudo más, y tropezó y cayó, yendo a parar su antorcha unos pasos delante de él. El fuego se extinguía, la luz menguaba y los ojos rojos empezaron a rodearlo, pero él no los veía: había cerrado los suyos y lamentaba no poder cerrar los oídos a los murmullos que aumentaban su intensidad.

Entonces algo ladró.


Aporte de Haradrim, de Fantasitura.

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