miércoles, 3 de mayo de 2017

La historia de Verthen y los Nanwyn




Los Nanwyn


Los Nanwyn son un pueblo, que según los cánones de los lugares más civilizados, se podría considerar bárbaro; sin apenas tecnología, urbanización ni avances en materia política. No obstante, ellos prefieren ser considerados como gente que ha decido mantener las costumbres de sus ancestros y vivir en la naturaleza de las tierras agrestes y de la dura tundra del noreste de Ibhn. No son nómadas, a pesar de que de cuando en cuando mueven sus campamentos y aldeas, nunca salen de sus amados valles, que consideran sagrados.

Gente de pieles duras y cobrizas, tostadas por el sol y curtidas por el viento. Sus cabellos son oscuros, negros como las alas de los cuervos, lo que contrasta fieramente con sus predominantes ojos claros, casi grises. Son gente silenciosa y tranquila, a pesar de ser implacables guerreros, maestros en el manejo de la espada y de los largos arcos, característicos de su pueblo. Aman el acero de su espada tanto o más que a sus propias esposas o maridos y a pesar de no tener apenas tecnología, han perfeccionado el arte de fabricar espadas como casi ningún otro pueblo. Las mujeres nanwyn son tan buenas guerreras como los hombres y nunca hay distinciones entre ellos dentro de las tribus. No es raro que se alternen en el gobierno de su pueblo, al contrario que lo que sucede en la mayoría de pueblos conocidos como bárbaros.

Son cazadores y en menor medida, debido a la dureza de la zona, agricultores. Se organizan en un sistema político en el que su líder, que antiguamente era elegido en función a su valía, pero poco a poco, se ha convertido en una monarquía hereditaria. A pesar de ellos, los herederos deben pasar unas duras pruebas, para probar que son dignos de tal honor. A los elegidos se los denomina Tor.

La historia de Verthen  (Universo fantasia compartido)
Una guerrera Nanwyn




La historia de Verthen


Verthen masticó lentamente el pedazo de carne humeante. El escuálido ratón que había conseguido cazar en el fondo del desfiladero no tenía apenas sustancia, pero era la primera vez que comía algo caliente en muchos días, y le pareció deliciosa. Había decidido encender una hoguera. Sabía que era un riesgo y que lo más probable era que atrajese a compañías indeseables, pero lo cierto era que estaba harto de esconderse y saltar de un agujero a otro. Rozó con el dorso de la mano la hoja de su espada que, desenvainada, reposaba a su lado. El largo arco, estaba clavado en el suelo, como si fuese un mástil sin bandera, y el carcaj lleno de flechas colgaba de él.

Recorrió las desnudas peñas del desfiladero con sus ojos grises. No percibió ningún movimiento ni signo de vida, como si todo estuviese muerto a su alrededor. Aún así, sabía que no podía bajar la guardia. Aún quedaban una noche hasta el cambio de Luna, y su prueba no había terminado. Estiró sus piernas dejando que el Sol acariciase sus miembros, para reconfortarlos después de la larga caminata y recostó su espalda en la roca que tenia detrás.

Desde lo alto del risco, unos ojos contemplaban al humano que parecía dormir junto al fuego. Iba armado, aunque se veía que era joven y probablemente poco experto… sería una presa fácil.

Había pasado una hora, cuando Verthen abrió ligeramente los ojos, apenas una rendija, para contemplar su entorno. Desde que encendió el fuego, incluso antes, sentía que lo observaban y sabía que estaban esperando a encontrarlo desprevenido para atacarle. Tras unas peñas lejanas, advirtió un fugaz movimiento. Mantuvo su posición, respirando acompasadamente mientras fijaba su vista en aquel lugar. Tras unos instantes una sombra surgió desde detrás de una roca y avanzó cautelosamente hacia él. Por su contorno, recortado a la luz del Sol, Verthen confirmó que se trataba de un minotauro. El bruto avanzaba con lentas zancadas, portando un grueso garrote claveteado, sin dejar de mirarle fijamente, para asegurarse de que estaba dormido.

Cuando había recorrido la mitad de la distancia que los separaba, Verthen abrió los ojos súbitamente y saltó hacia adelante, rodando por el suelo y tomando su arco y una flecha en el mismo movimiento. El minotauro se detuvo, sobresaltado por el inesperado gesto de la presa que creía en reposo. Aquello le costó la vida. Antes de que pudiese darse cuenta de lo que ocurría, su garganta emitió un borboteo atroz cuando la flecha disparada por Verthen se clavó hasta las plumas en ella. La bestia soltó su garrote y se llevó las manos al cuello, mientras caía de rodillas. Bufó desesperada y trató de arrancarse el asta que sobresalía por su nuca. Miró a su alrededor, mientras las fuerzas le fallaban, y localizó a su enemigo, que se había plantado frente a él. El humano, apenas un muchacho, le miraba fijamente, sin mostrar un ápice de miedo. A pesar de estar postrado de rodillas, el minotauro era más alto que Verthen, pero esto no parecía amedrentar al nanwyn. En un acto desesperado, la bestia alargó su mano hacia el garrote, pero el humano fue más rápido y lo apartó de un puntapié. Después, sin quitar sus ojos de los del minotauro, atravesó su corazón con su espada.

Verthen se irguió, contemplando a la bestia caída. De pronto, a su espalda se escucharon varios mugidos iracundos. Se volvió para ver como cuatro minotauros mas, bajaban apresuradamente por el desfiladero para darle caza. El joven bárbaro envainó su espada y rápidamente se colgó el carcaj a la espalda. Tuvo tiempo de abatir a otra de las bestias con un certero flechazo justo en el pecho, antes de que se le echasen encima. Saltó a un lado para evitar el mortal abrazo del primero que había llegado hasta él, y que se había lanzado en plancha tratando de derribarlo. El bruto cayó con fuerza al suelo, aunque se rehízo con facilidad y enseguida estaba en pie de nuevo.

Verthen detuvo con su espada el hachazo que le había lanzado uno de los minotauros, directo a su cabeza. La hoja reverberó con fuerza y el joven apretó los dientes, mientras la fuerza del impacto recorría su brazo. Sin tiempo para recuperarse, el minotauro lanzó una patada al pecho con su enorme pata, derribándole. Verthen tosió con fuerza, momentáneamente falto de aire, mientras trataba de esquivar el nuevo hachazo con el que la bestia trataba de partirle en dos. Afortunadamente no había soltado su espada a pesar del brutal impacto, y tras esquivar por poco el primer golpe, pudo contraatacar, golpeando con la afilada hoja en la pierna del minotauro, que aulló de dolor cuando la espada penetró limpiamente, hasta casi seccionar la extremidad. El bruto cayó al suelo, dándole tiempo a Verthen a levantarse y defenderse de las acometidas de los otros dos enemigos, que armados uno con un hacha, y otro con una tosca espada de hoja ancha, trataban de alcanzarle en una brutal tormenta de hierro. El joven jadeaba, agotado por la lucha que no tenía nada que ver con ninguna de las anteriores en las que había participado, ya que cada golpe que detenía a los minotauros tenía una fuerza diez veces superior a cualquiera de los que había experimentado.

Pasados unos instantes, se dio cuenta de que si seguía luchando así, no tendría ninguna oportunidad y acabarían por vencerle. Sin pensarlo más tiempo, Verthen profirió el grito de guerra de su tribu y se lanzó contra los dos minotauros, convertido en un remolino de furia y acero. Golpeó salvajemente a uno y a otro, sin cesar de gritar. Sus enemigos recularon, momentáneamente impresionados por la furia desmedida del joven al que creían vencido. Verthen aprovechó su zozobra para pasar entre ellos y alejarse corriendo. Los minotauros mugieron con ira y salieron tras él, pisándole los talones. El joven bárbaro notó como las bestias estaban muy cerca, tanto que casi podía sentir su aliento tras él. Siguió corriendo hasta la hoguera donde había estado sentado y se lanzó al suelo hecho un ovillo, justo a tiempo de evitar el hacha de uno de los minotauros, que volaba hacia su espalda.

Verthen chocó aparatosamente con las llamas, esparciendo las ascuas por doquier.

Aprovechó para tomar una de las gruesas ramas que había usado como leña, que aún ardía y golpeó en el morro al minotauro que había lanzado su hacha y que ahora se abalanzaba sobre él tratando de ensartarlo con sus cuernos. El bruto gritó de dolor cuando el extremo ardiente de la rama chocó contra su rostro, estallando en mil pedazos incandescentes, dejándolo temporalmente ciego. El joven nanwyn aprovechó que estaba fuera de combate para enfrentarse al otro minotauro, que ya le estaba lanzando un tajo circular con su espada. Verthen la detuvo, y lanzó varias fintas, tratando de despistar al bruto y abrir un hueco en su defensa. El minotauro no era un espadachín tan entrenado como Verthen y pronto cometió el error que el bárbaro esperaba. Creyendo que su adversario le iba a golpear en el cuello, levantó su espada tratando de defenderse, momento que aprovechó Verthen para atravesar su vientre de lado a lado. El minotauro lanzó un gemido ahogado de dolor, que se convirtió en un sordo ronquido cuando Verthen extrajo la hoja con violencia, abriendo al bruto en canal.

El joven contempló el cuerpo de su enemigo que se retorcía sobre sí mismo, mientras a su alrededor se formaba un charco de oscura sangre. La distracción le costó cara, pues de pronto sintió un terrible golpe en su espalda y salió despedido varios metros, cuando el minotauro restante arremetió contra él. Verthen se estrelló contra el suelo con un tremendo golpe. Sintió como el aire escapaba de sus pulmones y notó la humedad de la sangre en su espalda, allí donde uno de los cuernos había herido su carne.

Antes de que pudiese reaccionar, el minotauro estaba sobre él, ensombreciendo el Sol. El bruto agarró su cuello con sus enormes manazas y comenzó a apretar. Verthen manoteó furiosamente, mientras sentía que se ahogaba y que su cuello estaba a punto de partirse. Buscó a tientas su espada, pero no encontró más que arena y rocas. Finalmente su mano se cerró sobre una piedra plagada de aristas, que estrelló contra la ya maltrecha cara del minotauro. La bestia mugió y aflojó la presa brevemente, lo suficiente para que Verthen colocase sus pies en su pecho y lo empujase a un lado. El bárbaro se levantó a trompicones, mientras tosía con desesperación, tratando de llenar de aire sus exprimidos pulmones. Recorrió con la vista las inmediaciones buscando un arma, y la primera que vio fue la enorme hacha del minotauro al que había seccionado una pierna y que yacía inconsciente. Se abalanzó sobre ella justo cuando su enemigo le agarró del tobillo, haciéndole caer al suelo.

Mientras forcejeaba con el minotauro, la mano de Verthen se cerró sobre el mango del hacha, y gritando de furia y por el esfuerzo de mover la pesada arma, la levantó y la descargó sobre el minotauro. El bruto vio con horror como la ominosa hoja caía sin remedio sobre su brazo extendido, separándolo con violencia de su cuerpo. Lanzó un aullido de dolor y se retorció desesperado, agarrándose la herida. Verthen se incorporó con dificultad, lentamente, sin dejar de mirar a su enemigo. Como en un sueño, todavía aturdido por los golpes y la falta de aire, se acercó hasta él, arrastrando el hacha por el suelo. El minotauro le miró con horror, clavando sus ojos en los suyos y en el hacha alternativamente. El joven bárbaro gritó de nuevo y descargó el arma sobre él.

Al amanecer del primer día tras el cambio de Luna, el vigía dio la alarma. El valle se despertó con cientos de nanwyn acercándose hasta la entrada del poblado. Una figura caminaba hacia ellos lentamente, dejando atrás los desfiladeros. Al principio no lograron distinguir quién era, pero pronto el rostro familiar de Verthen, el hijo de Garead, el último Tor de los Nanwyn.

La gente ahogó una exclamación cuando vieron su rostro y su cuerpo cubiertos de sangre, contrastando con su decidida mirada, en la que brillaban sus ojos grises. Contemplaron con mudo asombro las cinco cabezas de minotauro que arrastraba tras él, atadas con una cuerda. Poco a poco, le fueron abriendo paso hasta que llegó a las puertas del poblado. Su prueba había terminado. Verthen, el nuevo Tor de los Nanwyn había llegado.


 Autor original FJ Mérida, este es su blog: Relatos de Mondabar.

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