Ahora una nueva raza:
Los Dioses son generosos con nosotros, porque nos permiten vivir.
El Dios de la guerra nos ama.
En las tierras que rodean el Quirim, la nación de los hombres negros, existe una franja de terreno arida, dura y pedregosa, donde los arboles son escasos y las plantas se limitan a duros pastos y arbustos espinosos de hojas pequeñas. Allí casi nunca llueve y el agua solo se presenta en pequeños oasis, exiguos riachuelos que corren por estrechos valles en el fondo de gargantas o bien esta escondida en pozos cuya abertura es tapada con madera o pieles y ocultada bajo piedras.
En una tierra tan hostil es fácil pensar que nadie viviría en ella, pero hay quien lo hace, un pueblo duro, moreno y que ha hecho de la guerra su modo de vida, no por placer sino que por necesidad: Los jinetes de la serpiente.
Se dice que viven en cuevas, comen lagartos crudos y enteros y que beben piedras, y que el sol no los quema, mitos que ellos detestan (cuando no se divierten al escucharlos), los jinetes de la serpiente son hombres como todos, solo que acostumbrados a una vida dura. Son agricultores, aprovechando al máximo las posibilidades de una tierra agotada y donde cada gota de agua es valiosa. Son también criadores de animales, cabras de carne magra capaces de comer cualquier cosa, armadillos cavadores de agujeros y caballos tan duros como esa tierra.
Los caballos de los jinetes son de talla pequeña y esbelta, actitud nerviosa y capaces sustentarse con poco agua, comer duros pastos, arrancar hojas de los arbustos sin molestarse por las espinas y en general de alimentarse de cosas que caballos de tierras más generosas considerarían como inmundicias. Una raza dura a quienes los jinetes deben mucho, pues gracias a ellos son considerados los mejores arqueros montados del mundo.
Pese a vivir en una tierra poco codiciada ellos han tenido que hacer frente, desde tiempos inmemoriales, a incursiones de esclavistas, ataques de nómades y también a sus propias guerras, donde las distintas tribus se disputaban la posesión de un pozo de agua. De allí que se volvieran necesariamente guerreros a caballo, siendo el arco y la flecha sus armas predilectas. Pero ellos no tienen el orgullo guerrero de otras razas, sino que un profundo pragmatismo, cada familia destina un miembro varón para que aprenda a cabalgar, a disparar flechas y jabalinas y a usar la lanza y la maza de guerra bajo la tutela de un guerrero veterano y generalmente ya retirado, lleno de cicatrices y también falto de algún miembro, mientras el resto de su familia se dedica a las labores de campesinos. Y una vez que esta listo, su destino es viajar al norte –o menos frecuentemente, al sur- para ofrecer sus servicios como mercenario.
Las guerras entre los reinos más civilizados y ricos nunca escasean, y los jinetes de la serpiente se benefician de ello. Son profesionales y fieles a sus compradores mientras el oro no falte, aunque a menudo ellos no prefieren el oro, que en su tierra natal tiene poco valor, sino cosas más necesarias, de allí que prefieren que se les pague con ganado, caballos o grano, puesto que cada flecha en el ojo de un enemigo es para ayudar a sus familias que han quedado atrás, en una tierra dura y amarga.
Los Jinetes de la serpiente a
menudo deben hacer frente a los ataques de otras tribus nómades.
Como arqueros son precisos y mortales, aun a pleno galope, y envenenan sus flechas con la ponzoña de los pequeños alacranes negros de su tierra, que llevan consigo en cestos. Pero cuerpo a cuerpo también son guerreros formidables con la maza, el hacha, la espada y la jabalina, fieles y disciplinados mientras haya oro, de allí que para un rey en guerra siempre es una buena opción contratarlos, eso mientras ese rey no contrate también a los alabarderos de Keyssarann.
La rivalidad entre ambos tipos de guerreros es legendaria, y ha durado generaciones, a pesar de que sus orígenes no son claros para nadie, los alabarderos nunca hablan de eso, y los jinetes de la serpiente dicen haberlo olvidado. Sea cual sea la razón de tal odio, ambos son considerados de lo mejor en materia de mercenarios, a pesar de sus diferencias (arqueros a caballo unos, soldados de a pie otros, morenos y a menudo muy oscuros los jinetes, blancos, barbudos, casi siempre pelirrojos y vestidos con excéntrica ropa multicolor los alabarderos), pero no pueden convivir juntos, si alguien contrata a los jinetes su rival contratará a los alabarderos sin duda alguna, porque si alguien comete la torpeza de ponerlos bajo un mismo estandarte pronto pequeños escorpiones negros invadirán las tiendas de los soldados de Keyssarann, y ellos responderán envenenado el agua de los caballos de los jinetes. Incluso si no hay oro ni una guerra de por medio no pueden verse sin que el odio y la violencia estallen.
Incluso desmontados los jinetes de la serpiente son temibles, aquí vemos a uno resolviendo civilizadamente sus diferencias con un enemigo.
Autor original Haradrim